CUANDO HABLAR DUELE, PERO CALLAR ENFERMA.
La cultura del silencio: cómo callamos, por qué duele y cómo recuperar la voz
“Porque yo sí puedo, hoy elijo hablar. Hablar, aunque duela. Hablar, porque sanar empieza ahí: cuando lo innombrable encuentra voz.”
Así termina el manuscrito que dio origen a este texto escrito desde una herida personal. Fue esa herida —no el título ni la idea— la que me recordó que ponerle nombre a lo que antes solo se sentía como un nudo que a veces estaba en la garganta, otras en el estómago o la espalda, fue un gran acto terapéutico que ponerle nombre a lo que antes solo se sentía como un nudo en la garganta. No soy ajeno a esto. Por mucho tiempo también me callé. Por miedo, por vergüenza, por fidelidad inconsciente a un sistema que castiga la diferencia y premia la sumisión.
La cultura del silencio no solo afecta lo que decimos: deforma lo que sentimos y cómo habitamos nuestro cuerpo. En este artículo, te propongo un viaje valiente y compasivo hacia lo que callamos y hacia las memorias que viven en nuestro cuerpo. No se trata de hablar por hablar. Se trata de sanar desde adentro, con palabras propias, con verdad.
Por eso hoy escribo —no solo como terapeuta, sino como alguien que también fue silenciado— sobre la violencia del silencio y la potencia sanadora de la palabra cuando se enuncia desde un cuerpo que ha empezado a sentirse a salvo.
Cuando el silencio no es paz, sino prisión
¿Cuántas veces te tragaste una emoción por miedo a romper algo? ¿Cuántas palabras no dichas se acumularon en tu garganta como nudos?
El silencio puede ser un refugio, sí. Pero muchas veces es una celda con paredes invisibles. Nos enseñaron a callar, a hacer de cuenta que no pasa nada. El trauma no solo nos rompe por dentro, también nos deja sin palabras para nombrar el daño. Esa es su forma más insidiosa: nos desconecta de nuestra capacidad de expresar, de comprender, de decidir.
Desde la neurobiología del trauma expuesta por autores como Van der Kolk o Levine, sabemos que en estados de amenaza real o percibida, crónica o extrema, el lenguaje se apaga y el cuerpo graba lo que la mente no puede procesar. El habla no solo se bloquea: puede incluso reactivar el malestar si no se da en condiciones seguras. Por eso, no toda palabra sana. Hablar, sí. Pero cuando el cuerpo esté listo para sostener lo que se va a decir.
El trauma del silencio: lo que no se dijo, también duele
Lo que no se dijo también duele. Incluso cuando no somos conscientes de ello. A veces se manifiesta en conflictos internos y externos que racionalizamos sin entender las heridas que los sostienen. Puede doler aún más haber aprendido que hablar no servía de nada. O que tenía un precio altísimo: el rechazo, el castigo, el aislamiento, la burla.
Eso deja una marca profunda. Bruce Lipton lo llamó “biología de la creencia”: los sistemas que nos rodean —familiares, culturales, espirituales— nos programan desde el comienzo para adaptarnos a lo que se espera de nosotros. Si el amor se nos ofreció a cambio de silencio, aprendimos a tragar. Tragar culpa, vergüenza, injusticia, abuso… hasta que el cuerpo no puede más. Callar se vuelve una condición fisiológica. Y ese silencio deja huella: se convierte en síntomas, enfermedades o desconexiones emocionales..
Callar es una forma de desaparecer
Cuando se instala, el silencio se convierte en una forma de autoaniquilación progresiva. Yo mismo lo viví. En los intentos de no molestar, de no romper la armonía, de no poner en peligro los vínculos que creía necesitar para sobrevivir, fui segregando las partes más vivas de mí mismo. Así lo dice el manuscrito original:
“Creemos que andamos libres por la vida, pero no: somos rehenes en una aparente libertad condicional. Siempre con culpa, siempre esperando castigo… La voz se pierde, nos volvemos mudos. Y con la entrada VIP vienen también la sordera y la ceguera.”
Ese texto no es solo mío. También es de muchos otros que supieron lo que era callar, lo que quemaba por dentro. Y por eso también podemos comprender la fuerza de ese susurro interno que nos dice que no todo está perdido.
Las voces que no son nuestras
Hablando de otros, me parece importante traer algo que no siempre se tiene presente: parte de lo que callamos no empezó con nosotros. Lo heredamos.
Callamos el abuso que la abuela nunca nombró. Callamos la rabia que nuestros padres no pudieron expresar. Callamos el deseo que se nos enseñó a temer.
Este silencio transgeneracional se transmite no sólo a través del lenguaje, sino de gestos, ausencias y atmósferas. La terapeuta somática Pat Ogden habla del "lenguaje del cuerpo" como un archivo vivo de estas memorias. Desde el modelo IFS (Internal Family Systems), entendemos que dentro nuestro hay partes que fueron obligadas a callar para sobrevivir: niños internos, protectores, exiliados. Esas partes también piden ser escuchadas.
La voz como acto de existencia y reparación
Hablar no siempre es fácil. No siempre es inmediato. Pero es una posibilidad. Incluso si es con un gesto, con el cuerpo, con el arte, con la mirada.
Hablar es darle lugar a eso que fue negado. Es decir: "Esto me pasó". “Esto me duele.” “Esto me importa.”
Hablar con un otro seguro, con presencia compasiva, con espacio para el cuerpo… puede ser profundamente reparador.
En Compassionate Inquiry, aprendí que no se trata simplemente de verbalizar. Es sintonizar con la parte que no pudo hablar en su momento, y preguntarle: “¿Qué necesitabas decir cuando todo te pedía que te callaras?”
Hablar con el cuerpo, con la voz temblorosa, con las pausas y los llantos, también es lenguaje. La palabra puede ser puente entre la herida y la integridad.
¿Cómo saber si estoy listo para hablar?
No hay fórmulas mágicas, pero sí señales posibles:
Siento que no puedo seguir fingiendo.
Algo dentro de mí necesita ser escuchado, aunque no tenga palabras claras.
He encontrado un espacio o una persona con quien me siento a salvo.
Mi cuerpo me está hablando con síntomas, insomnio o ansiedad inexplicables.
Repito patrones que me alejan de otros y me desconectan de mí mismo.
Gabor Maté dice: “El trauma no se trata del evento traumático, sino de lo que ocurre en tu interior como consecuencia de lo que sucedió. Y como todavía está en ti, porque ocurrió dentro de ti, puedes hacer algo al respecto.”
Hablar puede abrir una posibilidad de sanación. Mantener el silencio puede perpetuar la herida.
Recuperar la voz, recuperar la vida
Volver a hablar no significa romper con todo. Significa dejar de traicionarnos.
Recuperar la voz es un acto de integridad interna. Es permitirnos sentir y decir lo que nos pasó. No para anclarnos en el dolor, pero sí para dejar de negarlo.
No es fácil. A veces se necesita ayuda. Pero el silencio también tiene un precio. Y muchas veces lo paga el cuerpo, la salud, los vínculos.
"Hablar no es el fin. Pero puede ser el comienzo de una vida vivida con verdad."
A quienes aún no pudieron
Quiero cerrar, como empecé, hablando desde lo más íntimo. No solo desde lo aprendido, sino desde lo vivido. Esta es una carta a quienes, como yo, fueron silenciados. Y también a quienes ya no están. A quienes no pudieron hablar, ni siquiera una vez. Por ellxs, por nosotrxs, por lxs que vendrán, hablemos.
“Hoy quiero también nombrar a quienes no pudieron ni lo uno ni lo otro. Para ellxs, ya no hay más tiempo en este tiempo. Y porque yo sí puedo, hoy elijo hablar. Hablar, aunque duela. Hablar, porque sanar empieza ahí: cuando lo innombrable encuentra voz.”
Epílogo: la Verdad como destino
Gabor Maté dice: “¿Por qué están sufriendo? Porque están desconectados de la Verdad de sí mismos. ¿Qué se necesita para llegar a la Verdad? Que las personas puedan experimentar la Verdad sobre sí mismas dentro de sí mismas. La experiencia de Verdad es mucho más profunda que una conciencia intelectual.”
Todo nuestro sufrimiento —dice— proviene de nuestras tentativas por evitar la Verdad. La evitamos porque duele. Pero cuanto más la evitamos, más sufrimos. Y lo que nos permite enfrentarla no es la fuerza, es la compasión:
“Solo cuando la compasión está presente, la gente se permitirá ver la Verdad.”
Carl Jung advertía que aquello que permanece inconsciente dirige nuestra vida… y lo llamamos destino. Hasta que lo hacemos consciente.
La voz, el cuerpo, la palabra sentida… son actos de consciencia.
Y desde Psycatrices, mi invitación es clara: que no nos sigamos llamando destino a lo que es trauma silenciado.
Hablar, aunque duela. Porque hay algo más grande que el dolor. Y eso es la verdad habitada.
Por Juan Escobar – Facilitador terapéutico, fundador de Psycatrices.org